----------------------------------
“Desde la proa
de un barco que se aproxime a La Valleta con una luz de atardecer de verano,
puede parecer al observador que el puerto está protegido por dos grandes brazos
laterales, que, una vez sorteados, se abren a un nuevo espacio que permaneciera
imposible de discernir desde fuera, un espacio acogedor, con recovecos, y que
guarda en el centro, como una pepita de oro, un pequeño tesoro que al llegar,
al recorrerlo, estimula las terminaciones nerviosas que nos recorren la espalda
hasta el hipotálamo, poniendo en funcionamiento los protocolos y los mecanismos
más básicos asociados al disfrute, a la experimentación de sensaciones que
permanecen ocultas y a las que solo se puede llegar a través de esa pequeña
pieza central, esa pequeña pepita escondida y protegida que es la propia ciudad
vieja de La Valleta, que invita a recorrer todos los
rincones del mencionado espacio interior, buscando las sensaciones y disfrutes
más primarios, más complejos.”
Eso había
escrito Eva, en su diario, mientras observaba el atardecer desde la popa de un
barco, que se alejaba del puerto de La Valleta, tras permanecer allí durante
tres semanas, supuestamente perfeccionando su inglés.
“Como una vulva
¿no?” comentó Corinne, la compañera francesa con la que había compartido curso
de inmersión lingüística y habitación durante las tres semanas en La Valleta.
Corinne bebía a tragos cortos una cerveza, con los pies levantados y apoyados
en la barandilla del barco, un crucero que habían contratado para aprovechar la
vuelta de Malta a Valencia, visitando Messina, Córcega y Cerdeña, y cerrar así
un buen mes de vacaciones.
“Si algo
parecido. Pero tu lo sabrás mejor, ¿no?” Respondió Eva, sin mirar a su amiga.
“Bueno, yo y otros cinco o seis europeos elegidos al azar. Eso si es que me lo
has contado todo.” Respondíó Corinne, que sí la miraba, con una media sonrisa cómplice, que le
marcaba solo uno de los hoyuelos que le salían al sonreír.
“No te
preocupes, cinco europeos elegidos al azar. Te lo he contado todo. Cinco
europeos elegidos al azar, a los que has conocido y los que te han invitado a
desayunar; y una linda francesita medio valenciana, que no tiene vergüenza y
que espero que mantenga la boquita cerrada y sea discreta” contestó Eva, esta
vez si mirándola a los ojos, y soltando la pluma con la que escribía en el
diario para coger la mano de su amiga y entrelazar los dedos. Ambas sonreían
ahora abiertamente, con los ojos escondidos tras las amplias gafas de sol,
tumbadas en las hamacas y vestidas solo con un bikini de colores llamativos.
“No te
preocupes, que esta petit-chienne sabe cuándo y dónde tiene que cerrar la boca” dijo
Corinne, al tiempo que se ponía de pie de un salto, terminaba la cerveza de un
trago y levantaba a su amiga, tirando de la mano. “¡Venga, vamos a la piscina!”
gritó. Y se levantaron corriendo entre bromas, y los pocos pasajeros que
compartían la terraza de popa del crucero no pudieron dejar de mirar a las
jóvenes, que apenas sobrepasaban los veinte años, que se alejaban corriendo de
la mano hacia la piscina, entre bromas y risas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario